Un pasaje de The Most Fun Thing por Kyle Beachy
Traducción al español de Alex Olvera
Cuando era joven, antes de comprender a mi ser o a mi cuerpo, el skateboarding me enseñó qué significa anhelar. Incluso antes de que ese anhelo se viera complicado por la adolescencia, el skate modeló mis sueños, escribió el algoritmo de mis deseos. Moldeé una identidad a partir de los hombres jóvenes que vivían en las cintas plásticas dentro de los cassettes regados por toda la alfombra frente a la televisión. Años más tarde amaría durante un tiempo a una bailarina de ballet a quien gustaba de señalar a otras mujeres quienes, por sus caderas rotadas hacia afuera, estaba segura eran bailarinas. Durante mi primera consulta con la terapeuta miofascial que esperaba pudiera ayudarme con mis dolores crónicos de cuello, espalda y rodillas, me paré frente a ella tres segundos antes de que, asintiendo con la cabeza, me preguntara: “¿pie regular?”. Lo soy. Y parece que, cuando me paro firme, mi pierna izquierda, que va delante en la patineta, carga el peso de mi cuerpo casi por completo. Algo que decir sobre esto es que no es bueno para mi cuerpo. Algo más es que el motivo de la carga soportada por mi pierna izquierda es un historial de tres décadas de empujar constantemente la patineta con mi otra pierna, la derecha.
Todavía me divierte cada vez que me acuerdo de su novedad. No hace mucho el skateboarding no existía. Al intentar escribir sobre ello, mi acercamiento se ha ceñido más o menos a la forma y los métodos de mi tema. Lo rodeo, le doy de golpes y lo picoteo, luego me alejo a sentarme un rato y mirar. Puedo resumir las conclusiones a las que he llegado durante esta década de trabajo de la siguiente manera: el skateboarding es raro. A veces me temo que su naturaleza maravillosa, el sinsentido fuente de su misterio, es también su vulnerabilidad. El capital no ama a nada del modo en que ama un vacío por llenar. El mercado es el líquido filtrante que llena toda fisura o espacio o vacío. Las historias que nuestra industria cultural nos cuenta sobre el skateboarding —y siempre hay una historia cuando hablamos de capital— tienden a estar compuestas en un lenguaje de ganar y perder.
Y es que es mucho más fácil hablar de los anillos que giran alrededor del skateboarding, de sus ramas y reverberaciones, que de la actividad misma. Está la cultura y su efecto en la moda popular. Están los objetos mediáticos producidos acerca de la actividad —películas, fotografías, artículos— y una industria global del skate que crece y fluctúa entre autonomía creativa y control corporativo. Está la investigación académica cualitativa abocada a las aplicaciones del skateboarding en trabajo social, ONGs filantrópicas y educación. En todos estos casos siempre hay un dispositivo satelital, una herramienta conceptual o metáfora que limita el objeto extraño y lo hace comprensible. Para mí, esa herramienta conceptual ha sido la literatura.